La derecha mexicana existe, milita y comienza a mostrarse con mayor claridad en el espacio público, aunque todavía no logra consolidarse como una fuerza electoral competitiva. A diferencia de otros países de América Latina, donde figuras de ultraderecha han alcanzado el poder, en México este sector permanece fragmentado y sin un liderazgo que lo unifique.
En los últimos años han surgido expresiones que se posicionan abiertamente contra lo que denominan la agenda “woke”, el feminismo radical, la ideología de género, el comunismo y la izquierda en general. Sin embargo, estos pronunciamientos han sido aislados y no han logrado traducirse en un proyecto político sólido.
Mientras en la región han emergido liderazgos como Javier Milei en Argentina o Jair Bolsonaro en Brasil, en México no existe una figura capaz de aglutinar a quienes simpatizan con una agenda de extrema derecha. Lo que se observa, por ahora, son intentos dispersos, discursos en redes sociales y ensayos políticos que no terminan de prender.
Un proceso de prueba y error
Especialistas señalan que la derecha mexicana atraviesa un periodo de ensayo y error, en el que se lanzan figuras, discursos y temas para medir su impacto social y mediático. En este proceso, se combinan expresiones partidistas y no partidistas que, aunque aún no son políticamente determinantes, sí comienzan a generar un sustrato cultural afín a las nuevas derechas.
Estas expresiones suelen nutrirse de reacciones a movilizaciones feministas, teorías de conspiración surgidas durante la pandemia y narrativas que asocian la diversidad sexual y los derechos de las mujeres con una supuesta “nueva cara del comunismo”. Aunque su peso electoral es limitado, su presencia en el debate público va en aumento.
Desde este entorno han surgido personajes que, en distintos momentos, han intentado abanderar estas ideas, entre ellos legisladores, activistas conservadores, líderes empresariales y figuras públicas. No obstante, ninguno ha logrado consolidarse como referente indiscutible del movimiento.
Proyectos que no despegan
Uno de los intentos más visibles fue el de una organización que buscó convertirse en partido político con una agenda abiertamente conservadora y alineada al trumpismo. Sin embargo, los requisitos legales, la falta de estructura territorial y de recursos han dificultado su consolidación como fuerza electoral.
Otros grupos conservadores han optado por replegarse y replantear su estrategia, apostando por la creación de partidos locales o confederaciones estatales que, a largo plazo, puedan convertirse en una opción nacional. La prioridad, coinciden, es construir unidad interna antes de buscar un liderazgo que represente al conjunto.
El papel del PAN y los “outsiders”
El Partido Acción Nacional, históricamente identificado con sectores conservadores, intentó acercarse a este espectro con un nuevo discurso e imagen centrados en valores como patria, familia y libertad. Sin embargo, moderó su mensaje para evitar ser asociado directamente con la ultraderecha y ha buscado presentarse como una fuerza más abierta y moderna.
Paralelamente, algunos empresarios y figuras públicas han comenzado a perfilarse como posibles outsiders, con discursos antisistema, críticas al gobierno y llamados a la rebeldía ciudadana, especialmente entre los jóvenes. Aunque estas posturas generan atención mediática, todavía no se traducen en un proyecto político formal.
Una derecha sin líder, pero en construcción
A pesar de la fragmentación y la falta de resultados electorales, quienes simpatizan con estas corrientes consideran que la batalla apenas comienza. Su apuesta es que, en algún momento, las condiciones sociales, políticas o económicas permitan el surgimiento de una figura capaz de capitalizar este descontento y llevarlo a las urnas.
Por ahora, la ultraderecha en México permanece en fase de incubación: visible en el discurso, activa en redes y presente en ciertos sectores sociales, pero aún lejos de convertirse en una fuerza decisiva en el panorama político nacional.





