Miles de migrantes de Centro y Sudamérica han decidido abandonar su viaje hacia Estados Unidos y, en su lugar, han optado por incorporarse a la economía informal en la frontera sur de México, particularmente en Tapachula, Chiapas. Debido a las dificultades para obtener un estatus legal, muchos de ellos han encontrado empleo en diversos oficios, como vendedores ambulantes, cocineros, albañiles, carpinteros, camareros y hasta trabajadores sexuales.
Uno de los casos destacados es el del cubano Alexander Barrera Serrano, quien, tras dos años en Tapachula y múltiples rechazos por parte de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar), decidió emprender su propio negocio de carpintería en asociación con un comerciante local. Según él, el acceso a oportunidades en México depende en gran medida del dinero y no de la asistencia gubernamental.
Luis Rey García Villagrán, presidente del Centro de Dignificación Humana (CDH), advierte que la mayoría de estos migrantes trabajan en condiciones precarias sin acceso a derechos laborales. Estima que alrededor de 30,000 migrantes en Tapachula están subempleados, realizando trabajos extenuantes y mal remunerados, como cargar mercancía en los mercados por apenas 180 pesos al día, trabajando jornadas de 12 horas.
Este fenómeno pone en evidencia las dificultades que enfrentan los migrantes en México, tanto por la burocracia en los procesos de regularización como por la falta de apoyo gubernamental, lo que los obliga a buscar alternativas laborales informales para sobrevivir.